jueves, 23 de junio de 2011

Pedernal, un paisaje sin cambios


San Juan.- Un recorrido por paisajes que tiene la provincia y que pocos conocen. Pedernal, un destino para disfrutar a pocos kilómetros de la ciudad.

E
S fácil recorrer la provincia con una mirada ingenua sin saber qué es lo que tenemos delante. Es difícil no encontrarse con cosas que nos llame la atención y que con ello empecemos a tener una mirada diferente de lo que estamos viendo o visitando.
Eso ocurre cada vez que uno sale a recorrer a San Juan. La mirada se torna cada día más exquisita si observamos las cosas con un único objetivo: el aprender.
La realidad es que viajar a Pedernal es hacer un pequeño viaje en el tiempo. Se pasa las caleras de Sarmiento y cada tanto se comienza a ver el mensaje de “Paisaje Protegido”. Mi interlocutor, el ingeniero Renzo Caputo me explica que “esto está determinado para no hacer ninguna modificación en paisaje y que esto pueda seguir siendo considerado como una reserva”. El viento fresquito de altura pega fuerte mientras que a lo lejos tres vacas flacas se trepan por la montaña tal cual los que buscan el camino hacia algo. El ganado de secano es poco pero cumple con la misión de dar alimento a los lugareños, ellos difícilmente van a la carnicería y si lo hacen tienen que venir a Los Berros o al mismo Media Agua. Con esto la vida se hace más fácil y la comida se hace en la finca. Por ello en cada rancho se escuchan cerdos, cabras, gallinas y hasta vacas. El verdulero pasa una vez por semana y junto a su recorrido además de traer las novedades de la ciudad puede aportar alguna satisfacción de alguna necesidad.
Pero volviendo al recorrido, el paisaje se hace extraño. Parece algún cestor de las Rocallosas, sobre el sur de Estados Unidos, donde el verde es una cuestión natural. “Aunque todo estuvo muy sector durante mucho tiempo, este año las lluvias han beneficiado y se tiene una mejor vegetación en la montaña, acota el ingeniero Caputo mientras sala de roca en roca para llegar hasta un lugar alto donde se ve como algunos pájaros sobre vuelan el cielo.
La ruta se hace silenciosa y nosotros empequeñecemos en la medida que nos adentramos a la montaña. Para el conocedor es un recorrido más pero para el que hizo el recorrido por primera vez tiene una serie fascinante de descubrimientos y de sorpresas. El sol de la mañana pega a espaldas del Fiat uno en el que nos movilizábamos y le da duro a las montañas que de acuerdo a sus características tienen tonalidades y colores distintos que van desde el rojo, al morado.
La ruta es amplia y todo se visualiza a muchos metros. Una moto se convierte en un punto en la distancia y de a poquito va creciendo hasta que nos iguala y nos supera en dirección contraria a la que vamos. Es un hombre que va saliendo de la montana “seguramente viene del pueblo”, explica el ingeniero Caputo mientras señala un punto en el sudoeste.
Al seguir avanzando nos encontramos con algo que llama mucho la atención. Una gran cueva y de fondo en lo alto tres cruces. Se trata de personas que literalmente se comieron la curva del dique de Los Loros. Mi interlocutor explica que “esta fue una obra bloquista de principio del siglo pasado para sacar votos”, mientras cuenta sonríe.
La realidad es que durante uno de los gobierno de Cantoni, la obra tuvo su inicio y su final. El objetivo era guardar agua y usarla para riego. De hecho todavía se encuentra intacto el paredón y hasta las compuertas de distribución de agua. La idea era convertir a la zona en un polo productivo de importancia. Lo podrían haber hecho si no hubiera ocurrido un imprevisto tecnológico de gran importancia, el suelo, el piso del dique es calcáreo y con ello hay una enorme absorción el agua que se almacena.
Cuentan los memoriosos del pueblo que el dique se inauguró como bombos y platillos. El espejo era algo impresionante entre la montaña pero pasó lo que debía ocurrir. Al otro día de la inauguración, el caudal recaudado se había perdido. Desde ahí nunca más se lo uso con ese fin y se convirtió en un tapón de crecientes, no más que eso. Cuando se recorre el interior del dique se pueden ver los socavones que produjo el agua que escapaba furiosa de su contención. Algunas administraciones posteriores taparon con cemento los huecos de las cavernas que se hicieron gracias a ese hecho histórico.
No se puede ser ajeno a la mira los huecos que hay en la montaña. “Son viejos hornos caleros criollos que se hacían  en la montaña antes de la preservación medioambiental por norma”, explicó Caputo.
La montaña te brinda misterios que en su absoluto silencio hay que aprehender a descifrarlos. Sin embargo todo es simple y está en perfecta armonía. De cuando en cuando se puede ver un rancho y con ello dos puntas opuestas de una realidad por un lado la magnífica carretera y por el otro las arcaicas construcciones que solo sirven para dar cobijo a los que allí viven. Con mirada italiana uno puede preguntarse ¿qué hacen ahí en medio de la nada? ¿Cómo hacen para vivir en medio de la nada? En realidad es el papel social que les tocó y aunque parezca el abandono para el hombre que está acostumbrado a tener de todo, en la lejanía el hombre también tiene lo suyo y saben que en cierto modo son los pobladores de la patria. Son gente que hace Patria en la adversidad de la nada, y cuando se los consulta son más argentinos que ninguno.
“No vamos a ingresar al pueblo, porque si no vamos demorar mucho”, dice Renzo Caputo y dobla a la derecha por una improvisada huella de tierra. El paisaje se pone verde y los tonos amarillos notan como el río pegó sobre algunos árboles. De todos modos en los jardines alguna que otra rosa muestra su color rojo púrpura. En el fondo del callejón una yegua pintada amamanta a un potrillo flaco que al acercarse gente salen al trotecito lento como quien busca en la distancia el silencio.
En el alto de los álamos, las catas se ponen ensordecedoras. Es que pelean con una tijereta que quiere llegar hasta el lugar donde tienen el viejo nido y que para la próxima temporada les servirá de cobijo.
Pedernal, es una mezcla entre lo viejo y lo nuevo. El tiempo y la vida moderna lo han convertido en un lugar de descanso. Ese donde los que tienen puede acceder. También con ellos están los vecinos de siempre que se han acostumbrado al ruido de las cuatro por cuatro o de algún catrín que ande a alta velocidad por los largos callejones,
Tras un par de horas de caminar sin rumbo por el pueblo, iniciamos el regreso. Esta vez por el interior del pueblo. La escuela, la unión vecinal y una vieja construcción que “dicen que ahí durmió el general San Martín en una de sus incursiones que hizo por la cordillera”, dice Renzo Caputo. Si bien no hay una conformación oficial, el rancho muestra el ajetreo del tiempo y como pegó en su derruida estructura de adobe. “Estaba más o menos la construcción pero hace un par de años bajaron una parte”, cuenta uno de los lugareños. Luego de ello, la salida del pueblo. Comentan que en la zona hubo algunos políticos que compraron propiedades. De a poquito nos alejamos del pueblo, de nuevo con el sol a nuestras espaldas, el regreso a la ruta y de nuevo el viaje de retorno a la ciudad. Desde ahora con el conocimiento de la existencia de un lugar mágico en el mundo. Un lugar que se tiene que conocer, pero también se tiene que promocionar. Son esos confines de San Juan que pocos gozan el privilegio de conocerlos y que pueden dar tantas satisfacciones a quien los visita. 


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